20101212

Panacea del amante errante

Esquelas del alma y sus socorros vociferan incesantes cuán terrible es la verosimilitud de un desenlace… ¿Tan terrible es?
Uno sucumbe, primeramente, ante la mordida de un presagio incierto, pero cierto en tanto que un ser lo ampare, lo cobije, lo engendre cual alimaña que roe y roe hasta emponzoñar todo aquello que le circunda cándido. ¡Es entonces imprescindible inquirir la razón de la pasión! ¡Es completa e irrevocablemente necesario lograr la panacea que revierte el triste concordato del hastío, que redime al irreflexivo de su pecado! ¿Cómo hacerlo asequible? Según los expertos, el pobre amante debe emancipar su espíritu, liberarlo de cualquier embaucamiento posible. Si no se logra asentarlo en las parcelas del sosiego, no podrá tan siquiera rozar la autonomía comisionada de la primera resolución: confinarse a sí mismo. Cuando el infausto llega al estado inalterable, se encontrará infundado en un revestimiento de estupor, el cual hará que nuestro desgraciado amante dé paso a un sinsabor transitorio. (He de puntualizar que esta fase deberá llevarse a cabo con demasiado escrúpulo, pues si se omite, inflexiona, o equivoca, el errante amante podría quedar eternamente abúlico.) El procedimiento obrará eficazmente sobre la impasibilidad; creará un nuevo estado: gestación. Durante esta etapa, aunque el desventurado no emita señal alguna, dentro su espíritu se gestarán sentimientos desconocidos, maravillantes, subversivos. No será fácil de advertir, pues esta fase se presta a la confusión; el estado anímico se percibe como deplorable, empero, simultáneamente acaece una nueva esperanza. Finalizada la transición, el errante amante quedará expuesto al mundo de la manera más sublime, sana, y connatural: verá las campiñas saturadas de color y los cielos crepusculares sacrificados ante los astros. Hallará un precepto nuevo para cada uno de sus sentidos: colmará sus papilas con las más puras mieles; su par de gemelos atisbarán imágenes en base a la más perfecta composición; sus oídos escucharán melodías dionisiacas, impecables; lisonjeará con su corteza a las más ásperas texturas y se fascinará de las más sutiles...

Justo entonces, el amante errante habrá creado un nuevo preámbulo que será relevado por una estabilidad provisional; abrirá para cerrar y subsiguientemente abrir El Ciclo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La única manera de emancipar el espíritu es a través de un tormentoso sufrir...

El que conoce El Ciclo sabe cómo modificarlo.