20100416

El viejo mudo

-...quien quiera que fuera aquel hombre mayor, me desdeñó con su flagrante pericia.

Mi experiencia como persona "senil" me había otorgado ya las suficientes parcelas para andarme con diligencia, así que decidí aventurarme con el anciano de la boina café.
No compartíamos mucho, apenas un ápice de la semántica que mejor lo caracterizaba: el de un ser flamantemente vetusto.
Fue esto y no otra cosa por lo cual las palabras afásicas se infiltraron de la manera correcta; no hubo necesidad de constreñirlas al intersticio semiótico. Una tras otra iban y venían, se sublimaban y menguaban; yo tomaba nota y él me observaba con los ojos cristalinos que un anciano reluce como su fiel galantería. Todo iba viento en popa y me sentí en la mejor soltura; me jacté de haberme amancebado con él y le cuestioné con la pregunta de toda la vida.
Minutos después concebí que aquel único vínculo que, recién comenzada la conversación había florecido espléndida y repentinamente, se venía abajo, pues ya no entendía nada de lo que él intentaba comunicarme; me había perdido entre lineas. El anciano, exitado y muy boyante, seguía articulando movimientos casi espásticos para darme una mejor explicación. No me quedó más que mostrar la sumisión que había guardado para momentos como éste; avergonzada intenté despedirme. El anciano, que intentaba certificar que lo estuviera interpretando bien, me miró con desencanto y, antes de que yo diera el segundo paso para marcharme, se dió media vuelta y caminó a la sala de convivencia familiar, dejándome con mi estúpido lenguaje ambiguo y egoísta.
Ahora lo atisbo; yo no dialogaba con él, sino conmigo.

-Ya veo...

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