20090722

Omnisciente

Él-...el joven llamado Emmanuel se dirigió ahí con movimientos entrecortados y temerosos, estaba en un lugar que no recordaba... tenía una pista que no dejaba de aletear, la cual lo haría entender lo que en derredor pasaba...suspiró, y, mientras intentaba hilar sus ideas en un telar con millones de hilos iguales, la pista salió volando de entre sus manos. Frustrado y decepcionado se sentó sobre una roca grande y fría, ahora no podría entender lo que pasaba, la pista se habría ido para siempre, inclinó su cabeza y la ocultó entre sus rodillas, sus manos tímidamente se rozaban. De repente, sintió un cálido tacto que exploraba sobre sus tímidas amigas, no fue necesario levantar el rostro para saber quién era...sólo era necesario sentir. Fue en ese instante en que supo en dónde estaba, a aquél lugar sólo ellos podían llegar...

Ella-...la mano que otorgaba el tacto cálido asió con sutileza una de las que él mantenía inmóviles, al concebir que se encontraba ahí, el joven alzó su rostro; una austeridad desconocida penetraba en los espacios subrepticios del ser. Sin saberlo, ellos compartían el mismo sentir, aquel que los tomaba de los flagelos más sensibles, los desvirtuaba, los blandía en los límites de la introspección. Él miró de llano en las pupilas de aquella joven, y compendió que la aflicción que lo lisiaba inexorable, era la misma que rebozaba sin linde en las entrañas de ella. Los jóvenes postraron su mirada uno en el otro, y con una precisión impetuosa, los cuatro videntes que se encontraron en el camino lograron clarificar lo que ahí se suscitaba. Se hizo un silencio mínimo. Desde ese momento, los jóvenes antes extraviados habían pactado el sinfín de una coyuntura, en la que trascenderían sólo si así lo deseaban. Entonces la joven de nombre Anna decide ofrecerle sus manos, él las toma y se pone de pie. Juntos caminan por la senda a la que sólo ellos supieron comparecer, la senda en que coexistirán hasta que ellos desistan…

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